San Alfonso María de Ligorio, Obispo, fundador de la Orden de los Redentoristas, ya en sus ultimos años y debido a su ancianidad, era llevado en sillas de ruedas por uno de sus discípulos, e iban rezando juntos recorriendo el convento y de ese modo tomar algo de aire fresco y así no permanecer siempre dentro del cuarto. En cierta ocasión le pidió al discípulo le recuerde si ya habían rezado el Rosario entero. El padre le respondió: - "No hemos rezado ni uno sólo". - "Recemos entonces" dijo el santo. - "Pero su excelencia está cansado, ¿hay alguna diferencia en no rezar un día el Rosario?" Dice el sacerdote, a lo que San Alfonso responde: -"Si llegase a transcurrir UN SÓLO DÍA sin que yo rece el Rosario, tendré mucho miedo por mi salvación eterna".





     El Niño llora en medio de la incomodidad del establo. 

     ¿Porqué lloras Niño bueno?

     ¿Habrá aquí, entre los presentes, algún pecador que tiemble cuando Dios le diga:

– “¿En dónde estás?”

    Y después de recordar muchos años de ¡grandes ofensas!, de haberlo ofendido mucho ¿qué respuesta le darás cuando Dios te interpele?


     Así como tú tiemblas, temblaban los hermanos de José cuando les dijo: “Yo soy José, su hermano, a quién Ustedes vendieron" (Gên 45, 4).

     Y ellos pensaron: “¡infelices nosotros! Él ahora es Rey. Ha de querer matarnos, tiene motivos y lo puede hacer”. Ellos temblaban. Es el pecador que tiembla por haber ofendido a Dios. 

     Ofendiste a Dios y por eso tienes motivos para temblar. Invito a todos los que están en el error, a los que tienen la consciencia pesada, a los grandes pecadores, a acercarse al pesebre para que vean al Niño que está llorando.

     ¿Por qué lloras, Señor? 


     Los hermanos de aquel José no osaron acercarse a él, esperaron verlo llorar para hacerlo.

     Entonces José les dijo ”Yo soy su hermano, acérquense, no tengan miedo".

     José levanta la voz, llora y, no contento con eso, conforme dice la Sagrada Escritura, besó a cada uno de sus hermanos, llorando junto a ellos (Gên 45, 15), y sus hermanos le pidieron perdón.



José, traicionado y vendido por sus hermanos 

     – “No tengas recelo (Gên 45, 5)” – les decía –, “me vendiste por maldad, pero, si no hubiese venido, todos morirían de hambre. Dios quita de los males el bien".
     
     ¿Niño, por qué lloras? 

– “Lloro para que los pecadores comprendan que aunque hayan pecado, deben acercarse a Mí, sin temor, arrepentidos de haberme ofendido”.

     El Niño llora de ternura y por amor. ¡Bendito Niño! ¿Quién te colocó en ese pesebre sino el amor que me tienes? Fuimos malos e ingratos, como contra nuestro hermano José. Lo vendimos.

     Uno dice: – “Prefiero cometer una maldad antes de quedarne con Cristo”.

     Otro dice: – “Prefiero un placer de la carne antes que a Él”. Vendemos a nuestro hermano, lo traicionamos.

     Y José, el santo, nos convida a acercarnos ante el pesebre, para oír ese llanto causado por cada uno de nosotros.





     Si viéramos a ese Niño con los ojos limpios, si nos metiéramos en su alma, nos encontraremos con una voz que nos diría: “estoy llorando por tí”. Él tuvo conocimiento divino desde la concepción y conocía todos nuestros pecados, y lloraba por ellos.

      Y si está llorando por nuestros pecados, ¿qué pecador no sentirá confianza, si en verdad quiere corregirse?

    ¿Existe en el mundo algo que nos inspire más confianza de que ver a Cristo en un pesebre, llorando por nuestros pecados?





     ¿Por que lloras? ¿Qué haces Señor?

     – “Estoy comenzando a hacer penitencia por lo que tú hiciste”.

     Pues bien, ¿que hará un cristiano que mire con ojos de fe al Cristo que llora por sus pecados?

     ¡Ay de mí, porque tarde te conocí, Señor! ¡Ay de mí por tantos años perdidos sin conocerte! ¿Quién se dejará dominar por la tibieza al ver llorar al Dios humanado?



San Juan de Ávila enseñando a sus discípulos. Detalle del Relicario en el que se conserva el corazón del santo



Artículo original de lumenrationis.blogspot.com

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