Plínio Corrêa de Olivera fue un apóstol y batallador eximio e incansable en defensa de la doctrina católica en su máxima pureza y de los valores de la civilización cristiana. Como presidente de la Acción Católica de la ciudad de Sao Paulo, Brasil, en los años treinta e inicios de los 40 del siglo pasado, denunció la diseminación, dentro de los medios católicos, de los errores doctrinales de la corriente modernista condenada por el Papa San Pío X. Se distinguió en la lucha doctrinal pública contra el avance del comunismo, notadamente por medio de la Sociedad Brasileña de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad (TFP), que él fundó en 1960, y que para 1995, el año de su fallecimiento, llegó a tener similares en 26 países. Hoy, 13 de diciembre, aniversario del nacimiento de quien consideramos nuestro maestro y padre, le rendimos nuestro filial tributo con la publicación de este retrato de su alma.
Mucho se ha analizado a Plínio Corrêa de Olivera como fecundísimo hombre de acción. Pero poco se ha destacado aquello que era, según me parece, la fuente de la cual brotaba toda su actividad de lucha en pro de la civilización cristiana. Ella nacía de una
profunda vida espiritual, de contemplación y oración. En el fragor de la batalla, en actividades que le ocupaban prácticamente todos sus días hasta las tres horas de la madrugada, él era un contemplativo, incluso en medio de tantas ocupaciones.
Doña Lucilia sostiene maternalmente a Plínio en sus brazos. Nació el 13 de diciembre de 1908. |
"Sálvame Reina”
El Prof. Roberto de Mattei, en su espléndido libro El Cruzado del Siglo XX, describe muy bien la personalidad y las múltiples e interminables luchas por la Iglesia a las que el Dr. Plínio dedicó su vida. Ya en el título está todo dicho: era un cruzado
en lucha por la civilización cristiana. La lucha en la sociedad temporal, él la emprendía en nombre de la Cruz.
En mis dieciocho largos años de convivencia muy próxima con él, por haber tenido la gracia de ser su secretario particular, pude observar en mil detalles como en él la oración y la contemplación llenaban su vida, sin quitar nada al ímpetu del combate contrarrevolucionario.
Es necesario resaltar que su piedad era de fuerte predominancia mariana, ya desde su adolescencia.
Desde muy pequeño acompañaba a su madre, Doña Lucilia Ribeiro dos Santos Corrêa de Oliveira, a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, contigua al colegio del mismo nombre, en São Paulo, dirigido por los padres salesianos. Ella tenía especial celo en
cultivar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, y así, permanecían ambos largos momentos junto a la grande imagen que en aquella iglesia se venera. Allí fue naciendo también en el Dr. Plínio esa profunda devoción, y él se dirigía a la imagen como un niño
de cuatro años conversando con Nuestro Señor.
Pero cuando tenía alrededor de doce años, el Dr. Plínio pasó por un aprieto espiritual que lo hacía sentirse indigno de aproximarse de aquella imagen. Desolado, en el fondo de la iglesia, fue a la nave derecha donde había una imagen de María Auxiliadora,
y se puso a rezar la Salve. En su tierna edad, interpretó la invocación Salve Reina [así comienza en portugués] como “Sálvame Reina”, lo que le trajo una gran consolación interior, pareciéndole que la Santísima Virgen le sonreía. En la advocación siguiente
de esta bella oración, Madre de misericordia, él pensó: ¡Pero si es exactamente eso lo que necesito! Después: vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve —todo le parecía que se aplicaba a su necesidad—. A ti clamamos los desterrados hijos de Eva; a
ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas —realmente, no podría ser más apropiada, concluyó el—. ¡Oh, clemente!, ¡oh, piadosa!, ¡oh, dulce Virgen María!
Esta gracia interior marcó su vida entera. Ya en la ancianidad, aún decía que esa era la base y el fundamento de su devoción a la Santísima Virgen. Con frecuencia, en las tardes, iba a visitar aquella imagen.
Delante de la imagen de María Auxiliadora, el Dr. Plínio, de 12 años, interpretó la invocación “Salve Reina” como "Sálvame Reina". |
En las tardes del Dr. Plinio, más de una hora era consagrada a la oración, además de las oraciones que hacía por las mañanas, en el período nocturno y en la acción de gracias, después su comunión diaria.
Su día comenzaba con aproximadamente quince minutos de oraciones diversas, gradualmente aumentadas a lo largo de la vida, pues, según él, aquello que se ofrece a Nuestra Señora ya no se le quita. Así, salvo casos circunstanciales, si él incluía en la lista
de sus oraciones alguna otra particular, ella continuaría hasta el fin de su vida.
Diariamente acostumbraba rezar sus oraciones en camino de alguna iglesia donde pudiera recogerse. En una época en que los teléfonos móviles eran aún raros, él escapaba así de las interrupciones y otras preocupaciones que pudieran distraerlo durante las
oraciones. Ya al sentarse en el automóvil, su fisonomía cambiaba, iniciando una larga lista de oraciones, entre las cuales sobresale la consagración a María según el método de San Luis María Grignion de Montfort. Los salmos del Santísimo Nombre de María,
el Pequeño Oficio de Nuestra Señora, novenas perpetuas, oraciones por el Sumo Pontífice, rosarios de jaculatorias y múltiples otras oraciones, él las rezaba con notable piedad
El alma de todo apostolado
Tres piedades eran centrales en su vida de oración: la devoción a la Eucaristía, a Nuestra Señora y al Vicario de Cristo.
Gran influencia tuvo en su vida interior el libro El alma de todo apostolado, del célebre monje trapense D. Juan Bautista Chautard (1858-1935). Éste sostenía que, para llevar adelante una obra de apostolado, era necesario, ante todo, tener una profunda
e intensa vida espiritual. Cuando el joven Plínio leyó esta obra, poco después de su ingreso a las Congregaciones Marianas, llegó a la conclusión de que no bastaba cumplir los mandamientos y rezar algunas oraciones, sino que sería necesario ser santo para
vencer la lucha que trababa contra un enemigo tan amplio y tan poderoso.
Él comentó: ¿Cómo reclutar, cómo atraer, cómo despertar el entusiasmo en las almas de los otros? Hay por detrás de ello un misterio. Exactamente porque, a primera vista, ese objetivo es inalcanzable, y sólo se lo puede conseguir por un misterio. Y existe
justamente el misterio sobrenatural de la vida de la gracia, y todo aquello que D. Chautard enseña es, de hecho, el alma del apostolado. Si está bien imbuida de ese espíritu, el alma es suplicante y resignada, pues suplica y está dispuesta a recorrer todos
los vaivenes de la lucha, resignada incluso a no tener éxitos inmediatos.
Elevación de la mente a Dios
Lo que más me llamaba la atención era la capacidad del Dr. Plinio, estando en otras actividades, de elevar la mente a temas metafísicos, y de éstos, a lo sobrenatural. Elevatio mentis a Deo es precisamente la definición de la oración.
Sea en reuniones sobre temas político-sociales, sea en su despacho, sea en tantas reuniones sobre temas relativos a la sociedad temporal, de los cuales trataba abundantemente, relacionaba todo con temas de religión, con María Santísima, la Santa Iglesia.
El autor de este artículo, junto al Prof. Plínio Corrêa de Oliveira, en la época en que era su secretario. |
Un ejemplo: A mediados de la década de 1970, el Dr. Plínio dirigía una reunión en que trataba de un asunto muy concreto, a partir del cual subió a altísimas consideraciones. Le preguntaron entonces cómo él podía hacer eso. Él respondió que la pregunta
debería ser otra: cómo es que, contemplando, él lograba ver cosas tan prácticas. Y añadió que, sin dejar las altas cumbres de la contemplación, era desde allí que él analizaba los pequeños episodios, haciendo como ciertas aves que, para atrapar su presa,
vuelan más alto para, después, en vuelo fulminante, coger lo que estaba en la mira; como, por ejemplo, una gaviota que “pesca” el pez que estaba desplazándose tranquilamente bajo las aguas.
Nuestra dificultad, claro está, era comprender algo que, en realidad, resultaba ser lo opuesto de lo que pensábamos que pasaba en su mente. Se podría decir que su mente estaba constantemente en un interrelacionamiento entre lo temporal, lo metafísico y
lo espiritual. Y esto le permitía pasar de un campo a otro, con una agilidad y una facilidad enteramente naturales.
Entrega a la Cristiandad
Al comienzo del libro Medio Siglo de Epopeya Anticomunista, sobre las actividades de la TFP, él quiso colocar una frase que refleja su posición de entrega a la contemplación, renunciando a las grandezas mundanas de esta tierra: Cuando aún muy joven, consideré
con amor y veneración las ruinas de la Cristiandad; a ellas entregué mi corazón; di la espalda a mi futuro; e hice, de aquel pasado cargado de bendiciones, mi porvenir. Una consideración contemplativa hizo, por lo tanto, que él se entregara a la lucha por
revivir la Cristiandad y renunciara a un brillante futuro político, social y económico. Ruinas de la Cristiandad; cargado de bendiciones: aquí también encontramos las dos partes del arco gótico entre lo temporal y lo religioso, que el Dr. Plínio tenía tanta
facilidad de ver, y en el cual, por así decir, vivía.
En la lucha contrarrevolucionaria sin cuartel que él llevaba a cabo, con un día pleno de actividades hasta la madrugada, no perdía de vista lo que D. Chautard denomina la guarda del corazón. Nada, absolutamente nada lo sacaba de la tranquilidad sobrenatural
y contemplativa: preparación de campañas de acción pública; consejos a representantes suyos en lugares clave del Brasil, o a las TFP de otras naciones; orientaciones espirituales para sus discípulos.
Calma en el fragor de la lucha
Reflexión, serenidad, piedad —tales eran los frutos de las altas cumbres donde se situaba el espíritu del Dr. Plinio—. En medio de las tempestades que tantas veces los enemigos de la Iglesia desataron contra su obra, solía decir: Alios ego vidi ventos; alias prospexi animo procellas [Ya he pasado por otros vientos y ya he contemplado otras tempestades]. Y su despacho, precisamente donde se daba el fragor de la batalla, era el lugar donde se encontraba más paz.
Mientras dirigía la TFP, con sus ramificaciones en 26 países, informándose y opinando sobre los acontecimientos nacionales e internacionales y llevando una vida pública intensa, nunca perdía la clave de contemplación sobrenatural que lo distinguió durante
toda su vida. Él decía que la parte principal de su tiempo era para la contemplación, y la lucha contrarrevolucionaria, una consecuencia. De temperamento muy plácido —y hasta, como él decía, con una tendencia para la molicie, cuando niño— supo vencerse, para
resultar en el gran batallador católico del siglo XX.
La luz primordial
En la década de 1960, él definió para sus discípulos su propia luz primordial [el ángulo desde el cual la persona está llamada a admirar y glorificar a Dios]: Mi luz primordial es una visión amorosa de todo el orden del Universo. Una visión armónica, arquitectónica, jerárquica y monárquico-aristocrática de la creación, desde un ángel hasta un grano de arena, resaltados los puntos que la Revolución más procura combatir.
Analicemos la definición: Visión amorosa, de donde se remite al primer mandamiento de la Ley de Dios; de todo el orden del Universo, es decir, abarcando todas las criaturas; armónica, arquitectónica, o sea, el orden en que todo está en su debido lugar,
formando la armonía del Universo; jerárquica y monárquico-aristocrática, no solo vista de su punto más alto, sino también en sus puntos intermediarios; desde un ángel hasta un grano de arena, destacando que abarca toda la creación, desde lo más espiritual
hasta lo mínimo material; resaltados los puntos que la Revolución más procura combatir, y aquí encontramos esa prodigiosa sinergia de la contemplación con la lucha, que él llevaba hasta sus extremos. Comienza por el amor de Dios, reflejado en el orden del
Universo, y termina en la lucha contra las fuerzas del demonio, que impulsan la Revolución anticristiana. Un bello programa de vida.
Sacralización de la vida social
Los pensamientos del Dr. Plínio volaban entre consideraciones sobre el Cielo empíreo [el lugar destinado a los bienaventurados con su cuerpo resucitado, ya glorioso], los “posibles de Dios” [criaturas que Dios podría haber creado, en su perfección infinita], profundizaciones sobre las tres Personas de la Santísima Trinidad y diversas otras altas lucubraciones, sin perder nunca el sentido de la realidad en la cual actuaba. No eran sueños ni devaneos inútiles y estériles, sino un empeño en profundizar continuamente en las cosas de Dios. De esos pensamientos, él sacaba nuevas explicitaciones, que alimentaban muchos círculos de estudios y reuniones para sus discípulos.
Plínio Corrêa de Oliveira besa con fe una reliquia |
De la ceremonia de la Vigilia Pascual, por ejemplo, destiló una noción que aplicaba al orden temporal. Cuando el sacerdote entra con el cirio pascual, en medio de la oscuridad, y canta Lumen Christi, se refiere a la luz de Nuestro Señor penetrando en las
tinieblas. De ahí una analogía rica de sustancia al respecto de las tinieblas del mundo revolucionario. En los días de hoy, ¿cómo está el Lumen Christi? Esa batalla entre el poder de las tinieblas y la Luz de Cristo, ¿cómo se está desarrollando? Éste era un
punto fundamental en el análisis que hacía de la sociedad temporal.
Él deseaba sacralizar todos los momentos del día. Como trabajaba normalmente hasta la madrugada, se preguntaba por qué no podría haber un Angelus que se rezara a medianoche. Así, algunas veces rezaba el propio Angelus en aquella última hora del día; otras
veces, repetía tres veces la jaculatoria Dignare, Mater, die isto, a la que se respondía: Sine peccato nos custodire [Dígnate, Madre, en este día / guardarnos sin pecado].
Al final del día, múltiples oraciones y beso de reliquias, antes de acostarse, ocasión en que aún hacía alguna lectura, generalmente de temas históricos. La Historia lo fascinaba, por la contemplación de la psicosociología, de las personas, de los pueblos
y de las circunstancias, así como de los reflejos que en ella hay del orden puesto por Dios en el Universo.
Fernando Antúnez Aldunate
Fernando Antúnez Aldunate
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